Hoy (por ayer) es el Día de Canarias. Cada treinta de mayo se conmemora la constitución del primer parlamento autonómico, que tuvo lugar en el año 1983. Normalmente, estas celebraciones no son algo que me atraiga especialmente, porque creo que hay cosas que deben ser recordadas todos los días del año. Sin embargo, este año 2009 ha sido una excepción, por un motivo muy especial. Hace veinticinco años, la víspera del primer día de Canarias, yo estaba terminando el Sexto curso de lo que entonces era la Educación General Básica (E. G. B.) en mi colegio de toda la vida, el Mayantigo. Por aquel entonces, mi padre era profesor de Ciencias Sociales del mismo (o, como a él le gustaba definirse, maestro de escuela) tenía su destino allí. El 30 de mayo y, en general, todas las cuestiones vinculadas a la recién estrenada autonomía de Canarias, eran cosas nuevas. Para aquella primera conmemoración, mi padre tuvo la idea de enterrar en algún tipo de recipiente algo para la posteridad, con el fin de abrirlo veinticinco años después. Como complemento a la iniciativa, un pergamino recordaría el acontecimiento y el compromiso de desenterrar lo guardado el 29 de mayo de 2009. Firmado por todo el claustro docente de aquel entonces, el texto que contenía (y contiene) era el siguiente: El 30 de mayo de 1984, siendo Rey de España Don Juan Carlos I y Presidente del Gobierno Canario, Don Jerónimo Saavedra y Acevedo, se celebró en este centro educacional llamado Colegio Público Mayantigo el 1 er. Día de Canarias, considerando dicho evento como un hito histórico de 1ª magnitud, todos los presentes en cantidad de más de 1000, hemos enterrado una cápsula conmemorativa, en este pedazo de tierra canaria, con los nombres de todos, educandos, educadores y miembros no docentes de esta pequeña comunidad, que pretende ser crisol de cultura, convivencia y canariedad para que sea desenterrada y leída dentro de un cuarto de siglo, año 2009, la víspera de esta efeméride. Dan fe los componentes del Claustro. Los Llanos de Aridane, veintinueve de mayo de 1984 Una copia del mismo se puso junto a las firmas de todos los que en aquel momento formábamos parte del colegio, en el recipiente escogido para la ocasión, que resultó ser una cántara de leche (mi padre, en su línea habitual, comentó que también podía haber valido un trozo de tubería de cisterna de váter). La mentada cántara fue enterrada en uno de los jardines, justo al lado del comedor colegial y recubierta con cemento, sobre el cual se grabó la fecha de aquel día. Aquel día, víspera de una festividad que desde entonces nos ha acompañado a los canarios, yo estaba junto a mis compañeros, formando en el lugar habitual para ir en fila hasta la clase. Con once años desconocía por completo cuáles eran las implicaciones de celebrar un día de Canarias y pensaba que, cuando tocara desenterrar aquello, yo tendría treinta y seis años, lo que se me antojaba muy, pero que muy lejano. Cuando eres niño el tiempo pasa de otra forma y todo te parece una eternidad, pero sí me pregunté cómo sería para ese entonces. Los años pasaron y en 1986 terminé la E. G. B. y dejé el Mayantigo para pasar al Instituto Eusebio Barreto Lorenzo, pero siempre que pasaba por el colegio echaba una mirada al sitio donde estaba sepultada la improvisada cápsula. En 1990 dejé La Palma para venirme a Tenerife e iniciar los estudios de Derecho, pero siempre, entre los amigos de aquellos años (especialmente con mi colega Víctor García) bromeábamos acerca del desenterramiento de las firmas: ¿dónde estaríamos para entonces? ¿Se acordaría alguien? ¿Habría sobrevivido la cántara? ¿Y su contenido? ¿Por qué no vamos la noche anterior y la desenterramos? ¿Habrán construido encima un aula nueva? Conforme pasaban los años y se acercaba el momento, la idea de estar presentes en ese acto fue tomando cuerpo, porque lo que se veía lejano lo era cada vez menos. A principios de este año, Víctor y yo nos recordamos mutuamente que éste era el año. El martes pasado, cada uno por su cuenta, llamamos a la dirección del Mayantigo. Puestos al habla con la dirección, descubrimos que el recuerdo del evento se había borrado de la memoria colectiva. Un cuarto de siglo da para mucho, pero la mayor parte del claustro docente de aquel entonces estaba jubilado o en otros destinos. Aparte, el pergamino conmemorativo estaba guardado y el lugar donde descansaba la cántara del tiempo había sido recubierto con picón. Los dos pensábamos que lo mejor era dejar pasar un año e intentar avisar con tiempo a todas las personas interesadas, porque no creíamos posible que en apenas tres días se pudiera hacer algo con fundamento. Para nuestra sorpresa, esa misma tarde-noche nos enterábamos, a través de dos antiguos maestros, que habían organizado un acto de desenterramiento para la fecha prevista. Habían empezado a indagar y, entre los antiguos maestros que aún quedaban y César, un exalumno de mi quinta, desencantaron el pergamino y el lugar donde se había sepultado la urna. Rápidamente, organizaron un acto para el viernes por la mañana. Hasta ese momento, la idea que teníamos era la de esperar un año, avisar a cuanta gente fuera posible y reunirnos todos en 2010, pero la dirección de colegio optó por mantener la fecha, avisando a través de los medios. La mañana del viernes, un rato antes de la hora prevista, llegué al colegio, diez años después de la última vez en que había paseado por allí. En lo esencial, no habían pasado tantos años. Habían pintado y el colegio era sólo de primaria, pero aún estaba la plaza de los recuadros amarillos, el comedor, las mismas canastas de baloncesto, los postes para poner las redes de balón volea, la biblioteca (que fue mi clase en Parvulario y Primero de EGB), el laboratorio (ya desmantelado, pero conservando su inconfundible olor), el incomprensible cuadro abstracto de la escalera, el acuario de la dirección, la sala de profesores… Recuerdos y más recuerdos empezaron a aflorar, siendo ya plenamente consciente de que aquel día tan remoto había llegado. La ceremonia fue breve, pero muy emotiva. Casi todos los profesores de entonces estaban allí, al menos los que residían en la zona (que no eran pocos). Entre ellos, Raúl Zamora, el antiguo director, que pronunció unas palabras visiblemente emocionado. Unos cuantos alumnos de entonces (desgraciadamente no tantos como hubiera debido ser) también estábamos allí. Junto a nosotros, la comunidad escolar del momento. Los niños de entonces y los niños de ahora; los maestros de entonces y los maestros de ahora. El personal de entonces y el personal de ahora. Todos juntos, tendiendo un puente entre aquel primer Día de Canarias y el actual, y renovando el compromiso de construir un crisol de cultura, convivencia y canariedad. Ahora hay una nueva cápsula, más grande, que contiene todo el material que albergaba la original y los recuerdos de una nueva generación. Todos juntos volveremos el 29 de mayo de 2034, para desenterrarla y hacer balance. Eso sí, el compromiso de hacer del lugar donde vivimos un sitio mejor, comenzó al día siguiente. Hasta entonces, sólo queda dar las gracias a la dirección del colegio y a todos los participantes por haber recuperado un pedazo de mi vida y una parte de la historia del Mayantigo.
Enviado por lcapote a las 17:57 | 7 Comentarios | Enlace
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