Me he enterado hace algunas semanas del fallecimiento del programador británico Don Priestly. La noticia me llegó por los canales habituales de la afición a los ordenadores de ocho bits y retrojuegos y, como suele pasar en estos casos, me llevó a un viaje en el tiempo. Priestly fue el primer programador del que tuve noticia, gracias a una entrevista en la revista Micromanía fechada en enero de 1988. Allí explicó sus inicios en el mundillo de la informática y la forma en la que entró a trabajar en videojuegos. A esas alturas, ya era un veterano fogueado en los tiempos en los que su profesión era un ejercicio individual. Un señor que había dado al negocio éxitos de público, crítica y ventas. La entrevista se publicaba en el momento en el que veía la luz otro de sus títulos. En la entrevista, Priestly hizo gala de un buen humor, bromeando sobre los rendimientos que le habían generado sus exitosos juegos. Sin embargo, al año siguiente abandonaría el sector y retornaría a la docencia, El programador consideró que los videojuegos estaban dejando de ser el terreno de los programadores individuales. Los juegos se hacían de forma colectiva y las empresas empezaban a tener una estructura más compleja. En ese tramo final de su carrera, Priestly ya había maravillado a la afición con sus juegos de gráficos enormes y coloridos, todo un éxito para un ordenador como el Spectrum. Entre 1985 y 1987 daría buenas muestras de su talento con títulos que forman parte de la historia de los videojuegos. «Popeye» sería el primer título en el que veríamos su talento. No es su primer éxito, pues ya venía de firmar varios juegos que aún hoy soy recordados y reverenciados, pero es el primero en el que vemos esos personajes gigantescos y coloridos. A este título seguiría el díptico «Trap Door» y «Through the Trap Door» sendas videoaventuras que adaptaban un popular programa televisivo británico. «Flunky» una irreverente aventura protagonizada por el mayordomo de los Windsor y «Benny Hill» donde manejábamos al humorista. Con aquella entrevista descubrí quién estaba detrás de aquellas maravillas que empezaba a conocer gracias a mi Amstrad CPC 464 y a los Spectrum, Commodore y MSX que tenían amistades y conocidos. Priestly no está, pero nos quedan sus juegos y las innumerables horas empleadas en ellos. Recordemos que los títulos para ocho bits solían ser muy difíciles. Su memoria es el mejor legado para quienes todavía hoy se lanzan a la aventura de hacer juegos en solitario, con los que nutrir el catálogo independiente. Su ejemplo es el de haber exprimido una máquina para hacer cosas que, decían, eran inviables.
Enviado por lcapote a las 12:31 | 0 Comentarios | Enlace
|